jueves, 12 de junio de 2014

Una historia de "amor"

     Esta mañana estuve jugando con un bisturí entre las costillas de mi tórax y, con un poco de cuidado, mucha paciencia, algo de habilidad y aguantando el dolor he logrado abrir un bonito agujero en el centro de mi pecho. Luego he cogido unas pinzas y he sacado un trocito del órgano más aforme y cicatricial que alberga mi cuerpo. Aquí os dejo, para gozo y disfrute y, por qué no, repulsión y náuseas, un trocito de mi corazón. Espero que os guste a ustedes, porque a mí no.

     Ella tenía 15 la noche que la conocí, unas horas más tarde, 16. Era una niña, una niña muy bonita, preciosa. Pero nada más que eso, sólo una niña bonita de tantas. Gracias a mi poder seductor y a mis hábiles dotes sociales (con etanol de por medio, por supuesto), conseguí que esa niña bonita fuera mía, con el obstáculo, siempre presente, de que pronto volaría a una ciudad unos 2000 kms de distancia de ella. Pero no importó, pues ella me quería. Y pronto se convirtió en la mejor pareja que he tenido en mis veintidós años de vida.

     Yo, como no,  era su primer amor, aquel que primero la besaría, aquel que primero le haría sentir cucarachas en el vientre, aquel que la tocaría por primera vez y gozaría de la mágica transformación. Podía esperar meses, años… lo que fuera. Su inocencia era el muro del norte de Invernalia y yo pretendía escalarlo con mis propios dedos. Y lo haría, ¡vaya que sí lo haría! Esos ojos se lo merecían.

     Era la historia de hadas perfecta. ¿Cómo dudar del bello amor adolescente? Aquel que tú también sentiste, que sabes cómo te penetra las entrañas ardiendo como pequeñas alas de fénix que revolotean por todo tu pecho. Aquel que te arropa por las noches con un invisible beso de ternura dulce y te despierta por las mañanas con una bandada de haditas que aletean nerviosamente a tu alrededor. ¿Y qué puede existir en el mundo que te llene más que un primer amor? Sí, eso es, precisamente: un primer amor correspondido. No imagináis la alegría que me suponía poder dárselo.

     Y eso quise pensar que era, señores y señoritas. El príncipe azul que convierte su calabaza en un bello carruaje brillante de hermosos colores rodeado de lentejuelas. Aquel príncipe azul que lucharía contra los innumerables dragones de sus miedos y la liberaría de los más altos castillos. A ver, ¿por qué no iba a hacerlo? Veía sus ojitos buscarme cuando me encontraba cerca de ella. Respondía con urgencia mis mensajes. Estaba siempre dispuesta a hablar conmigo, poco que fuera, y poco era, ciertamente: era ahorradora de palabras mi dama, casi hasta la avaricia. No había nada en nuestra perfecta relación de tres meses que me hiciera dudar de su amor. Ingenuo. Siempre he sido ingenuo.

     El mazazo te lo das cuando te das cuenta de que eres más jodidamente inocente que ella, al menos en términos de amor. Y que todos los sueños que planeabas cumplir algún día a su lado para hacerla la mujer más feliz del mundo (sí, LA PUTA MUJER MÁS JODIDAMENTE FELIZ DEL MUNDO), todos los deseos de protegerla para que no tuviera que sufrir los daños y desamores que sufriste tú en el pasado de pronto caen… cuando te dice, un día cualquiera, a una hora cualquiera, en una conversación cualquiera: a ver, me gustas, pero no sé si tanto como antes.

     ¿Entendéis, amigos? Esta es una de las muchas razones por las que me gusta presumir de ser un enfermo. Un pobre enfermo desgraciado. Lo divertido fue preguntarle unas horas antes de la reveladora frase: ¿me amas? Y que me contestara sin dudar con un bonito “sí”. Sonreír como un gilipollas.

     Y, tras sacarme tanta mierda del pecho, asqueado ya de escribir esto, os dejo con una historiecita que escribí pretendiendo reflejar de la manera más fiel e ilustrativa de la que fui capaz cómo me sentí en ese momento en que salieron a flote sus dudas y con ello, el inevitable derrumbe de mi persona.

http://mimundoenfermo.blogspot.com.es/p/las-enormes-alas-blancas-acariciaban-el.html


Ele


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