Ayer cierta
persona cercana dijo de mí que era una persona que pensaba demasiado. Como si
no fuera suficiente con ello, otra persona también cercana me sugirió las
mismas palabras, pero con un añadido: te complicas. ¿Quién piensa demasiado, el
lobo o la persona? Como obviaréis sin mucha dificultad, la persona. Me tomo la
libertad de usar aquella conocida dicotomía de un hombre, que bien podía haber
sido un espléndido amigo mío (en mis sueños) y que reconozco como algo así como
un ídolo. Herman Hesse y su lobo estepario me hacen plantearme cuándo actúa
quién: el lobo o la persona.
¿Un lobo
encerrado en el cuerpo de una persona o una persona encerrada en el cuerpo de
un lobo? Y apuesto a que la mayoría de los lectores del nombrado libro se
sentirían, del mismo modo que Harry, identificado con la teoría de las dos
almas, y creerían llevar un lobo dentro. ¿Por qué un lobo? Quizá usted piense
que más que un lobo es un papagayo, pero no me entremeteré en las complejas
psicologías del mundo animal.
El punto es:
me complico. Quizá mi lobo esté aburrido de estar encerrado tras los barrotes
de mis inescrutables raciocinios. Quizá le apetezca salir un poco a pasear,
correr, oler la hierba, cazar algún conejillo despistado… vivir. O, como
mínimo, que le dé de comer de vez en cuando. Nunca fui bueno con eso de cuidar
mascotas.
Ele
Ele
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