viernes, 20 de junio de 2014

Otra estúpida historia de amor


     Un nuevo y aburrido día de agónica existencia escribiendo chorradas sentimentales en mi portátil que, al final, no son más que eso: simples y estúpidas chorradas sentimentales. No se me ocurren mejores palabras para describir mis escritos y apuesto a que a ti, querido lector invisible, tampoco.

     Mis patéticos delirios de hoy tratan sobre otro de los temas inmasticables que me atragantan, como una bola de pelo agria, supurosa, de consistencia demasiado sólida y pétrea. Trataré de esculpirla, a ver si mis bronquios logran volver a ventilar algo de aire.

      Es la chica más guapa que mis ojos han visto nunca (pongo la mano en mi pecho y lo juro: la más guapa). Quizá para usted no, quizá si usted la viera pensaría que sólo es una americana más, un ser nacido de las múltiples, sangrientas y absurdas batallas que libró nuestro hermoso y avaro pueblo en aquel nuevo mundo que “descubrió” hace ya unos cuantos siglos. Quizá algún español prepotente y lleno de ínfula forzó salvajemente a alguna inocente indígena de aquellos horribles tiempos. Quizá la pobre chiquilla violada tuvo que dejar crecer en sus entrañas al producto de aquellos aberrantes seres que mataron a su familia, quemaron sus aldeas y obligaron a sus pobres gentes a creer en el dios todopoderoso y único que ellos les llevaban, como única salvación. Quizá tuvo que amar a ese pequeño y extraño ser mestizo que salió de su vientre, con tez clara, ojillos de almendra y pelo negro. Quizá gracias a aquella chiquilla atormentada que sobrevivió a tantas torturas pude yo conocer en este siglo a esa persona tan bonita, fruto de incontables mezclas genéticas: ojos negros achinados, piel clara, pecas, cabello castaño ondulado y unos hermosos rasgos faciales indígenas que sobrevivieron al paso de los siglos.

     Fue un día cualquiera, de un año cualquiera, caminando por mi facultad, la vi. No pude evitar posar mi mirada sobre ella unos segundos más de lo que las normas sociales considerarían moralmente educado. Y me sonrió. Creo que yo también intenté sonreírle, no estoy seguro. Probablemente sólo pude forzar una mueca extraña. El caso es que unas semanas más tarde tuve la inmensa suerte de yacer en su cama no una, sino varias veces, consciente de que su verdadero amor la esperaba al otro lado del océano y que lo nuestro no era más que una pequeña aventura. Una bonita historia que me haría sentir su John Smith por unos meses. Sólo unos meses.

     Entonces, preguntaréis los inteligentes, si sólo estaría en tu país unos meses y tenía pareja ¿por qué, estúpido iluso descerebrado, te enamoraste de ella? Y yo os responderé con el título de mi blog: bienvenidos a mi mundo enfermo.

     Y a día de hoy, un año más tarde, aún hay noches en las que no puedo evitar recordar sus sábanas, su bonita piel y, por supuesto, sus preciosos ojos negros.

     A continuación les dejo con unas ridículas palabras que intentan asemejarse a algo parecido a un poema. No tiene métrica, rima, sentido, forma ni ninguna de esas cosas que lo calificarían como un poema de verdad. Yo lo definiría más bien como los tristes versos de un enfermo.


Dejaste apagado el mundo

Por el camino seco, sucio y hosco, vil sendero demacrado,
Caminan mis latidos por pura inercia, ya cansados.
Han vuelto a parar al borde de una triste vereda azul,
Tan ciegos de razón y hambrientos de ilusión ven una luz.
Encendiste mi mundo con tan sólo una sonrisa,
Y cruelmente lo apagaste.

Bebí de una fuente extraña, muriendo de sed primero,
Luego morí ahogado.
Quise lanzarte mis suspiros pero ni sus ecos te llegan.
Quise soñarte entre mis brazos pero tu ausencia no me llena.

No lo notaste, lo sé, pero hay algo que te dejaste aquí.
Cargaste en tu maleta un pedazo roto, ¿no te diste cuenta?
Llevas un pedazo de mí.

Ele


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