Un nuevo y
aburrido día de agónica existencia escribiendo chorradas sentimentales en mi
portátil que, al final, no son más que eso: simples y estúpidas chorradas
sentimentales. No se me ocurren mejores palabras para describir mis escritos y
apuesto a que a ti, querido lector invisible, tampoco.
Mis patéticos
delirios de hoy tratan sobre otro de los temas inmasticables que me atragantan,
como una bola de pelo agria, supurosa, de consistencia demasiado sólida y
pétrea. Trataré de esculpirla, a ver si mis bronquios logran volver a ventilar
algo de aire.
Es la chica
más guapa que mis ojos han visto nunca (pongo la mano en mi pecho y lo juro: la
más guapa). Quizá para usted no, quizá si usted la viera pensaría que sólo es
una americana más, un ser nacido de las múltiples, sangrientas y absurdas
batallas que libró nuestro hermoso y avaro pueblo en aquel nuevo mundo que
“descubrió” hace ya unos cuantos siglos. Quizá algún español prepotente y lleno
de ínfula forzó salvajemente a alguna inocente indígena de aquellos horribles
tiempos. Quizá la pobre chiquilla violada tuvo que dejar crecer en sus entrañas
al producto de aquellos aberrantes seres que mataron a su familia, quemaron sus
aldeas y obligaron a sus pobres gentes a creer en el dios todopoderoso y único
que ellos les llevaban, como única salvación. Quizá tuvo que amar a ese pequeño
y extraño ser mestizo que salió de su vientre, con tez clara, ojillos de almendra
y pelo negro. Quizá gracias a aquella chiquilla atormentada que sobrevivió a
tantas torturas pude yo conocer en este siglo a esa persona tan bonita, fruto
de incontables mezclas genéticas: ojos negros achinados, piel clara, pecas,
cabello castaño ondulado y unos hermosos rasgos faciales indígenas que
sobrevivieron al paso de los siglos.
Fue un día
cualquiera, de un año cualquiera, caminando por mi facultad, la vi. No pude
evitar posar mi mirada sobre ella unos segundos más de lo que las normas
sociales considerarían moralmente educado. Y me sonrió. Creo que yo también
intenté sonreírle, no estoy seguro. Probablemente sólo pude forzar una mueca
extraña. El caso es que unas semanas más tarde tuve la inmensa suerte de yacer
en su cama no una, sino varias veces, consciente de que su verdadero amor la
esperaba al otro lado del océano y que lo nuestro no era más que una pequeña
aventura. Una bonita historia que me haría sentir su John Smith por unos meses.
Sólo unos meses.
Entonces,
preguntaréis los inteligentes, si sólo estaría en tu país unos meses y tenía
pareja ¿por qué, estúpido iluso descerebrado, te enamoraste de ella? Y yo os
responderé con el título de mi blog: bienvenidos a mi mundo enfermo.
Y a día de
hoy, un año más tarde, aún hay noches en las que no puedo evitar recordar sus
sábanas, su bonita piel y, por supuesto, sus preciosos ojos negros.
A continuación
les dejo con unas ridículas palabras que intentan asemejarse a algo parecido a
un poema. No tiene métrica, rima, sentido, forma ni ninguna de esas cosas que
lo calificarían como un poema de verdad. Yo lo definiría más bien como los
tristes versos de un enfermo.
Dejaste
apagado el mundo
Por el camino
seco, sucio y hosco, vil sendero demacrado,
Caminan mis
latidos por pura inercia, ya cansados.
Han vuelto a
parar al borde de una triste vereda azul,
Tan ciegos de
razón y hambrientos de ilusión ven una luz.
Encendiste mi
mundo con tan sólo una sonrisa,
Y cruelmente
lo apagaste.
Bebí de una
fuente extraña, muriendo de sed primero,
Luego morí
ahogado.
Quise lanzarte
mis suspiros pero ni sus ecos te llegan.
Quise soñarte
entre mis brazos pero tu ausencia no me llena.
No lo notaste,
lo sé, pero hay algo que te dejaste aquí.
Cargaste en tu
maleta un pedazo roto, ¿no te diste cuenta?
Llevas un
pedazo de mí.
Ele
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