Hoy es un día
particularmente extraño. Escribo desde el asiento número veinticinco de un
avión de rynair, junto al pasillo. Siempre me toca junto al pasillo desde que
se le ocurrió a la compañía la brillante idea de numerar los billetes, y además
al fondo, lo que hace que la ya de por sí desagradable actividad de viajar
desde mi casa hacia mi ciudad de estudio y viceversa se vuelva aún más
desagradable, ya que parece que sólo existe una maldita puerta en todo el avión
y únicamente embarcamos y desembarcamos por delante, lo que añade más tiempo
inútil perdido en el día (que son de por sí unas siete horas todo el trayecto).
En fin,
después de quejarme un poco de lo complicada que es mi vida (me encanta
quejarme, jeje) retomaré lo que empezaba diciendo en la primera frase: hoy es
un día particularmente extraño, no porque esté escribiendo en un avión (no es
la primera vez que lo hago) ni porque esté retornando a casa en una fecha en la
cual no debería (tampoco es la primera vez), sino porque ayer tuve una noche
inusual después de tantas semanas de cotidiana y aburrida normalidad.
Era un viernes
normal, en el cual, después de pasarme toda la mañana y tarde sin hacer nada de
utilidad decidí de pronto que tenía unas ganas irrefrenables de comer pizza.
Como uno de esos antojos que tienen las embarazadas de vez en cuando, igual, y
me emperré en ello hasta que, después de contactar con varios amigos, conseguí
que una accediera a acompañarme a una pizzería. Podía haber ido sólo, por
supuesto, pero no me gusta cómo te mira la gente cuando estás en un
bar/restaurante/hamburguesería sin más compañía que tu propia hambre. Bueno,
pues hasta la pizzería todo normal, pero después de la pizza le ofrecí ir a
tomar unas cervezas, y aceptó. Me había soltado alguna indirecta extraña la
cual yo, como buen galán, no pude más que corresponder. Diréis: vale, una tía
te está intentando ligar, ¿qué tiene eso para que sea un día extraño? Esa chica
es amiga mía desde hace cuatro años y tiene novio desde que la conozco, como
comprenderéis, se me hizo extraño, pero no dudé en seguirle el rollo, así soy.
-
¿Le
pregunto a mi novia si no le importa que me líe contigo? – Pregunto sonriendo,
como medio en broma y tres cuartos en verdad.
-
Vale.
No dudo en sacar el móvil y preguntarle a mi niña que está
tranquilamente jugando con su amiga (sí, es una niña, yo me la imagino jugando
con barbies y cosas de esas). Y me dice que sí. “¿seguro?” No estaba segura, pero
su última respuesta volvió a ser “sí”. Así que, ¿qué hago? Llevarme a mi amiga
a mi piso.
¿Valió la pena, campeón? No. Repito la palabra con la que empiezo el
relato y se me acaba de ocurrir (ahora mismo) darle título a éste: extraño.
Pero, ¿con extraño quieres decir… malo? Digamos que si volviera veinticuatro
horas atrás no lo haría. Pero, oye, mi novia me dejó.
La verdadera razón por la que lo hice fue porque, como ya sabréis si
habéis leído algún escrito anterior (mío, obviamente) la relación con mi chica
está rara. Bueno, rectifico, ella está rara. Jodidamente rara. Y no soporto
esta maldita incertidumbre de “me querrá, no me querrá”. Así que, me lío con
otra (pidiéndole permiso primero), veo si se molesta, si le importa, si se
enfada, si se cela, etc, y desvelo el misterio.
Y aquí estoy ya, en mi cuarto (del cual recupero posesión después de
dejárselo a mi hermano pequeño en mi ausencia) escribiendo esto, y esperando
con ansias ver la carita de mi niña que, con suerte, será mañana, domingo. Ella
no sabe que estoy aquí, a tan sólo veinte minutos de su casa, así que esta
noche planearé cómo darle la sorpresa, pero sin poder aún quitarme de la cabeza
lo que hice anoche, no sé si es arrepentimiento (no creo), o simplemente ese
sentimiento de extrañeza.
Ele
Ele