domingo, 29 de junio de 2014

Día extraño



     Hoy es un día particularmente extraño. Escribo desde el asiento número veinticinco de un avión de rynair, junto al pasillo. Siempre me toca junto al pasillo desde que se le ocurrió a la compañía la brillante idea de numerar los billetes, y además al fondo, lo que hace que la ya de por sí desagradable actividad de viajar desde mi casa hacia mi ciudad de estudio y viceversa se vuelva aún más desagradable, ya que parece que sólo existe una maldita puerta en todo el avión y únicamente embarcamos y desembarcamos por delante, lo que añade más tiempo inútil perdido en el día (que son de por sí unas siete horas todo el trayecto).

     En fin, después de quejarme un poco de lo complicada que es mi vida (me encanta quejarme, jeje) retomaré lo que empezaba diciendo en la primera frase: hoy es un día particularmente extraño, no porque esté escribiendo en un avión (no es la primera vez que lo hago) ni porque esté retornando a casa en una fecha en la cual no debería (tampoco es la primera vez), sino porque ayer tuve una noche inusual después de tantas semanas de cotidiana y aburrida normalidad.
  
     Era un viernes normal, en el cual, después de pasarme toda la mañana y tarde sin hacer nada de utilidad decidí de pronto que tenía unas ganas irrefrenables de comer pizza. Como uno de esos antojos que tienen las embarazadas de vez en cuando, igual, y me emperré en ello hasta que, después de contactar con varios amigos, conseguí que una accediera a acompañarme a una pizzería. Podía haber ido sólo, por supuesto, pero no me gusta cómo te mira la gente cuando estás en un bar/restaurante/hamburguesería sin más compañía que tu propia hambre. Bueno, pues hasta la pizzería todo normal, pero después de la pizza le ofrecí ir a tomar unas cervezas, y aceptó. Me había soltado alguna indirecta extraña la cual yo, como buen galán, no pude más que corresponder. Diréis: vale, una tía te está intentando ligar, ¿qué tiene eso para que sea un día extraño? Esa chica es amiga mía desde hace cuatro años y tiene novio desde que la conozco, como comprenderéis, se me hizo extraño, pero no dudé en seguirle el rollo, así soy.

-          ¿Le pregunto a mi novia si no le importa que me líe contigo? – Pregunto sonriendo, como medio en broma y tres cuartos en verdad.
-          Vale.

     No dudo en sacar el móvil y preguntarle a mi niña que está tranquilamente jugando con su amiga (sí, es una niña, yo me la imagino jugando con barbies y cosas de esas). Y me dice que sí. “¿seguro?” No estaba segura, pero su última respuesta volvió a ser “sí”. Así que, ¿qué hago? Llevarme a mi amiga a mi piso.

     ¿Valió la pena, campeón? No. Repito la palabra con la que empiezo el relato y se me acaba de ocurrir (ahora mismo) darle título a éste: extraño. Pero, ¿con extraño quieres decir… malo? Digamos que si volviera veinticuatro horas atrás no lo haría. Pero, oye, mi novia me dejó.

     La verdadera razón por la que lo hice fue porque, como ya sabréis si habéis leído algún escrito anterior (mío, obviamente) la relación con mi chica está rara. Bueno, rectifico, ella está rara. Jodidamente rara. Y no soporto esta maldita incertidumbre de “me querrá, no me querrá”. Así que, me lío con otra (pidiéndole permiso primero), veo si se molesta, si le importa, si se enfada, si se cela, etc, y desvelo el misterio.

Y aquí estoy ya, en mi cuarto (del cual recupero posesión después de dejárselo a mi hermano pequeño en mi ausencia) escribiendo esto, y esperando con ansias ver la carita de mi niña que, con suerte, será mañana, domingo. Ella no sabe que estoy aquí, a tan sólo veinte minutos de su casa, así que esta noche planearé cómo darle la sorpresa, pero sin poder aún quitarme de la cabeza lo que hice anoche, no sé si es arrepentimiento (no creo), o simplemente ese sentimiento de extrañeza.


Ele

viernes, 20 de junio de 2014

Dejando Nápoles atrás



Hoy, 20 de junio del 2014, a pocas semanas de terminar este curso y sin saber muy bien por qué, no puedo evitar recordar el pasado año. Los amigos que hice en esa época, las interminables fiestas nocturnas llenas de alcohol y risas y, como no, su cama.


No era el mejor tren en el que me había sentado,
ni cómodo ni rápido, pero era barato.
Me senté junto a la ventana con los cascos y
la música puestos sonando como un eco
lejano en mi cabeza, sin escucharla.

Dejando Nápoles atrás todo lo que seguía hacia
delante me parecía feo, decadente, triste.
Montañas oscuras, árboles estropeados, tierra infértil,
pueblos viejos y gastados… El cielo era denso, pesado y gris
y cuanto más lo miraba más lo sentía en mi estómago, frío,
expandiéndose con rapidez mientras mis tripas tiritaban.

“Te voy a extrañar”. Esas palabras se repetían
en mi mente,incrédula, a la cual le costaba creerlo y al mismo tiempo
lo deseaba más que nada en ese momento.

“Yo sí que te voy a extrañar” pensé justo antes
del abrazo, sin atreverme a decirlo en voz alta.
Y la extrañaría más de lo que me hubiera gustado creer.
Ojalá hubiera podido sentir que ella también a mí.



Ele


Otra estúpida historia de amor


     Un nuevo y aburrido día de agónica existencia escribiendo chorradas sentimentales en mi portátil que, al final, no son más que eso: simples y estúpidas chorradas sentimentales. No se me ocurren mejores palabras para describir mis escritos y apuesto a que a ti, querido lector invisible, tampoco.

     Mis patéticos delirios de hoy tratan sobre otro de los temas inmasticables que me atragantan, como una bola de pelo agria, supurosa, de consistencia demasiado sólida y pétrea. Trataré de esculpirla, a ver si mis bronquios logran volver a ventilar algo de aire.

      Es la chica más guapa que mis ojos han visto nunca (pongo la mano en mi pecho y lo juro: la más guapa). Quizá para usted no, quizá si usted la viera pensaría que sólo es una americana más, un ser nacido de las múltiples, sangrientas y absurdas batallas que libró nuestro hermoso y avaro pueblo en aquel nuevo mundo que “descubrió” hace ya unos cuantos siglos. Quizá algún español prepotente y lleno de ínfula forzó salvajemente a alguna inocente indígena de aquellos horribles tiempos. Quizá la pobre chiquilla violada tuvo que dejar crecer en sus entrañas al producto de aquellos aberrantes seres que mataron a su familia, quemaron sus aldeas y obligaron a sus pobres gentes a creer en el dios todopoderoso y único que ellos les llevaban, como única salvación. Quizá tuvo que amar a ese pequeño y extraño ser mestizo que salió de su vientre, con tez clara, ojillos de almendra y pelo negro. Quizá gracias a aquella chiquilla atormentada que sobrevivió a tantas torturas pude yo conocer en este siglo a esa persona tan bonita, fruto de incontables mezclas genéticas: ojos negros achinados, piel clara, pecas, cabello castaño ondulado y unos hermosos rasgos faciales indígenas que sobrevivieron al paso de los siglos.

     Fue un día cualquiera, de un año cualquiera, caminando por mi facultad, la vi. No pude evitar posar mi mirada sobre ella unos segundos más de lo que las normas sociales considerarían moralmente educado. Y me sonrió. Creo que yo también intenté sonreírle, no estoy seguro. Probablemente sólo pude forzar una mueca extraña. El caso es que unas semanas más tarde tuve la inmensa suerte de yacer en su cama no una, sino varias veces, consciente de que su verdadero amor la esperaba al otro lado del océano y que lo nuestro no era más que una pequeña aventura. Una bonita historia que me haría sentir su John Smith por unos meses. Sólo unos meses.

     Entonces, preguntaréis los inteligentes, si sólo estaría en tu país unos meses y tenía pareja ¿por qué, estúpido iluso descerebrado, te enamoraste de ella? Y yo os responderé con el título de mi blog: bienvenidos a mi mundo enfermo.

     Y a día de hoy, un año más tarde, aún hay noches en las que no puedo evitar recordar sus sábanas, su bonita piel y, por supuesto, sus preciosos ojos negros.

     A continuación les dejo con unas ridículas palabras que intentan asemejarse a algo parecido a un poema. No tiene métrica, rima, sentido, forma ni ninguna de esas cosas que lo calificarían como un poema de verdad. Yo lo definiría más bien como los tristes versos de un enfermo.


Dejaste apagado el mundo

Por el camino seco, sucio y hosco, vil sendero demacrado,
Caminan mis latidos por pura inercia, ya cansados.
Han vuelto a parar al borde de una triste vereda azul,
Tan ciegos de razón y hambrientos de ilusión ven una luz.
Encendiste mi mundo con tan sólo una sonrisa,
Y cruelmente lo apagaste.

Bebí de una fuente extraña, muriendo de sed primero,
Luego morí ahogado.
Quise lanzarte mis suspiros pero ni sus ecos te llegan.
Quise soñarte entre mis brazos pero tu ausencia no me llena.

No lo notaste, lo sé, pero hay algo que te dejaste aquí.
Cargaste en tu maleta un pedazo roto, ¿no te diste cuenta?
Llevas un pedazo de mí.

Ele


jueves, 12 de junio de 2014

Una historia de "amor"

     Esta mañana estuve jugando con un bisturí entre las costillas de mi tórax y, con un poco de cuidado, mucha paciencia, algo de habilidad y aguantando el dolor he logrado abrir un bonito agujero en el centro de mi pecho. Luego he cogido unas pinzas y he sacado un trocito del órgano más aforme y cicatricial que alberga mi cuerpo. Aquí os dejo, para gozo y disfrute y, por qué no, repulsión y náuseas, un trocito de mi corazón. Espero que os guste a ustedes, porque a mí no.

     Ella tenía 15 la noche que la conocí, unas horas más tarde, 16. Era una niña, una niña muy bonita, preciosa. Pero nada más que eso, sólo una niña bonita de tantas. Gracias a mi poder seductor y a mis hábiles dotes sociales (con etanol de por medio, por supuesto), conseguí que esa niña bonita fuera mía, con el obstáculo, siempre presente, de que pronto volaría a una ciudad unos 2000 kms de distancia de ella. Pero no importó, pues ella me quería. Y pronto se convirtió en la mejor pareja que he tenido en mis veintidós años de vida.

     Yo, como no,  era su primer amor, aquel que primero la besaría, aquel que primero le haría sentir cucarachas en el vientre, aquel que la tocaría por primera vez y gozaría de la mágica transformación. Podía esperar meses, años… lo que fuera. Su inocencia era el muro del norte de Invernalia y yo pretendía escalarlo con mis propios dedos. Y lo haría, ¡vaya que sí lo haría! Esos ojos se lo merecían.

     Era la historia de hadas perfecta. ¿Cómo dudar del bello amor adolescente? Aquel que tú también sentiste, que sabes cómo te penetra las entrañas ardiendo como pequeñas alas de fénix que revolotean por todo tu pecho. Aquel que te arropa por las noches con un invisible beso de ternura dulce y te despierta por las mañanas con una bandada de haditas que aletean nerviosamente a tu alrededor. ¿Y qué puede existir en el mundo que te llene más que un primer amor? Sí, eso es, precisamente: un primer amor correspondido. No imagináis la alegría que me suponía poder dárselo.

     Y eso quise pensar que era, señores y señoritas. El príncipe azul que convierte su calabaza en un bello carruaje brillante de hermosos colores rodeado de lentejuelas. Aquel príncipe azul que lucharía contra los innumerables dragones de sus miedos y la liberaría de los más altos castillos. A ver, ¿por qué no iba a hacerlo? Veía sus ojitos buscarme cuando me encontraba cerca de ella. Respondía con urgencia mis mensajes. Estaba siempre dispuesta a hablar conmigo, poco que fuera, y poco era, ciertamente: era ahorradora de palabras mi dama, casi hasta la avaricia. No había nada en nuestra perfecta relación de tres meses que me hiciera dudar de su amor. Ingenuo. Siempre he sido ingenuo.

     El mazazo te lo das cuando te das cuenta de que eres más jodidamente inocente que ella, al menos en términos de amor. Y que todos los sueños que planeabas cumplir algún día a su lado para hacerla la mujer más feliz del mundo (sí, LA PUTA MUJER MÁS JODIDAMENTE FELIZ DEL MUNDO), todos los deseos de protegerla para que no tuviera que sufrir los daños y desamores que sufriste tú en el pasado de pronto caen… cuando te dice, un día cualquiera, a una hora cualquiera, en una conversación cualquiera: a ver, me gustas, pero no sé si tanto como antes.

     ¿Entendéis, amigos? Esta es una de las muchas razones por las que me gusta presumir de ser un enfermo. Un pobre enfermo desgraciado. Lo divertido fue preguntarle unas horas antes de la reveladora frase: ¿me amas? Y que me contestara sin dudar con un bonito “sí”. Sonreír como un gilipollas.

     Y, tras sacarme tanta mierda del pecho, asqueado ya de escribir esto, os dejo con una historiecita que escribí pretendiendo reflejar de la manera más fiel e ilustrativa de la que fui capaz cómo me sentí en ese momento en que salieron a flote sus dudas y con ello, el inevitable derrumbe de mi persona.

http://mimundoenfermo.blogspot.com.es/p/las-enormes-alas-blancas-acariciaban-el.html


Ele


domingo, 8 de junio de 2014

Depresión

     Os hablaré, queridos lectores inexistentes, de mi trastorno mental (el primero, ojalá único): depresión. Sí, depresión. Pero no el tipo de depresión que sufrió tu vecina cuando se le murió el periquito, ni siquiera el tipo de depresión que sufrió ésta misma al perder a su marido. No, os hablo de otro tipo de depresión muy distinta, aquella en la cual tienes todo lo que quieres: tengo novia, tengo amigos, tengo estudios o estoy en ellos, tengo padres y hermanos, y todos me quieren.

     ¿Por qué demonios hablas tú de depresión, maldito idiota, si no tienes ningún problema en tu vida? Hablo de depresión como mi enfermedad, del mismo modo que tu tía habla de su epilepsia y las pastillas que debe tomarse para estar bien, o del mismo modo que habla tu hermano de su migraña, que sufre una vez a la semana con suerte, por la que debe restringir ciertos alimentos y guardar en su bolsillo un cóctel de medicamentos. De eso os hablo: de depresión clínica. De que estoy tan enfermo como cualquier otro que cree que su enfermedad orgánica es más real o su dolor más profundo. Discutidlo con mi médico los incrédulos.

     Y os explicaré el porqué de que un chico joven, atractivo (a su forma de verlo), inteligente, ambicioso, entusiasta (al menos antes de enfermar), seguro, decidido, con una familia que le paga las matrículas de la universidad cada año y la estancia en una ciudad lejana a la suya, siente cada día la misma pesadez sobre su cuerpo y su cabeza, el mismo desatino impertinente, la misma fatiga (no sólo mental) que le impide hacer tantas tareas que su cerebrito idealista quiere desempeñar. Simplemente, está enfermo. Le ha costado dos años al señorito aceptarlo, porque, claro, la depresión no es una enfermedad de verdad ¿no? Si estás triste… ¡ponte contento! ¡Cómprate un perro! ¡Échate novia!

No.

     Creedme. No. No es tan fácil. Y aunque tomo religiosamente cada medicamento que el psiquiatra me prescribe, intento seguir los consejos que me da la gente, trato de evitar la soledad (esto, quizá, es lo más difícil), mi estado no cambia. Sí, hay semanas en las que consigo levantarme a las 6:30 de la mañana e ir a clase de las 8. Pero hay otras en las que las sábanas de mi cama me hunden hacia las más profundas tinieblas de la inutilidad.

Y así es mi vida, una maldita marea.


Y, tras releer lo que acabo de escribir, convenciéndome a mí mismo de que ha quedado leíble y tras darle unas caladas a mi tabaco mal liado, os ilustraré mi anterior escrito con un humilde relato que escribí hace puede que un año:

http://mimundoenfermo.blogspot.com.es/p/un-puto-mimo-haciendo-el-ridiculo.html


Ele

Me complico



     Ayer cierta persona cercana dijo de mí que era una persona que pensaba demasiado. Como si no fuera suficiente con ello, otra persona también cercana me sugirió las mismas palabras, pero con un añadido: te complicas. ¿Quién piensa demasiado, el lobo o la persona? Como obviaréis sin mucha dificultad, la persona. Me tomo la libertad de usar aquella conocida dicotomía de un hombre, que bien podía haber sido un espléndido amigo mío (en mis sueños) y que reconozco como algo así como un ídolo. Herman Hesse y su lobo estepario me hacen plantearme cuándo actúa quién: el lobo o la persona.

     ¿Un lobo encerrado en el cuerpo de una persona o una persona encerrada en el cuerpo de un lobo? Y apuesto a que la mayoría de los lectores del nombrado libro se sentirían, del mismo modo que Harry, identificado con la teoría de las dos almas, y creerían llevar un lobo dentro. ¿Por qué un lobo? Quizá usted piense que más que un lobo es un papagayo, pero no me entremeteré en las complejas psicologías del mundo animal.

     El punto es: me complico. Quizá mi lobo esté aburrido de estar encerrado tras los barrotes de mis inescrutables raciocinios. Quizá le apetezca salir un poco a pasear, correr, oler la hierba, cazar algún conejillo despistado… vivir. O, como mínimo, que le dé de comer de vez en cuando. Nunca fui bueno con eso de cuidar mascotas. 


Ele


     Empiezo estas líneas sin ningún motivo especial, sólo el simple hecho de soltar de entre mis agarrotados dedos, decrépitos y aburridos párrafos inmasticables fruto de mi mente enferma. Si te aburres lo suficiente, te interesan los delirios de un tocado mental o, simplemente, estás igual de trastornado que yo, te invito a pasearte un rato por mis pensamientos.

     En este blog te mostraré en lo que se convierte mi mente cuando empieza a pensar, sobrepensar, hiperpensar… desvariar, sin ir más lejos: en un hervidero de ideas psicóticas que forman una masa heterogénea de frases carentes de sentido, entre otras con demasiado sentido, quizá. Pero, ¿para qué engañarnos? Todo queda en un ridículo show de pensamientos absurdo, desorientado, aberrante, profundo y efímero a la vez y, en definitiva, doloroso. Porque nunca sabemos hasta qué punto es el cruel mundo el que nos daña y hasta qué punto somos nosotros mismos los que clavamos puñales envenenados entre nuestras vulnerables costillas.

     ¿Es posible que la gran capacidad intelectual del hombre (y de la mujer) pueda llevarlo al punto de dañar su propio sistema mental? No han sido pocos los escritores y filósofos que acabaron con algún bonito trastorno en su mente de genio a lo largo de la historia. ¿Tan débil es aquel órgano/sistema del que tanto nos enorgullecemos los seres humanos? Y es que, como bien dijo mi profesor de neurología un día: el cerebro nunca se entenderá a sí mismo. “Así que seguid intentándolo, ilusos, (nos dicen las consciencias desde arriba), nunca lograréis llegar más allá de lo que os permitimos. Disfrutad de lo que os hemos dado y dejad de preguntar cosas.  Os hemos dejado uno de los regalos más bellos del universo: la incertidumbre, para que juguéis con ella en vuestros ratos libres (si es que tenéis de eso en ese mundo tan raro que habéis creado vosotros mismos)”.

     Y desde la penumbra de mi alcoba, con una bebida cafeínica (adicto) al lado de la pantalla, la luz tenue de mi flexo barato y apuntes universitarios desperdigados sobre mi escritorio, aporreo las teclas de mi mejor amigo electrónico, para ofreceros un trozo masticado, engullido y vomitado de mi cerebro enfermo. Léeme si quieres enfermar también. Yo me limito a advertir: “Sólo para locos”, atreviéndome a añadir a la advertencia: “o para quién desee serlo”.
Con el propósito de dar desasosiego a  mi trastocada mente, que me pide a gritos atención en cada mísero momento del día, me decido a crear este blog, para escupir el flujo de delirios raros que me atragantan cada día. No espero que sea de su agrado, sería pedir demasiado.

Y eso es todo.


Bienvenidos a mi mundo enfermo. 


Ele