jueves, 23 de octubre de 2014

Llorar

Esto debí publicarlo hace unos cinco meses, soy un poco despistado.


      Últimos días de junio. Se puede decir que ya estamos en verano, no sólo por la fecha, sino también por el puñetero calor que lleva asfixiándome desde las primeras horas del día. A pesar de ello, debo decir que siempre fui un amante del verano, y me lo sigo considerando. Es la única época del año en la que a veces puedo parar y decirme a mí mismo: “Tío, igual estás equivocado y sí que es verdad eso de que la felicidad existe”. Como comprenderéis, no es una idea que me pase demasiado a menudo por la cabeza, pero sí, debo reconocer que para mí no existe nada mejor en el mundo que tumbarte en la arena semidesnudo, con una cerveza fría en la mano (sangría con hielo, vodka ice o cualquier bebida alcohólica helada), un par de amigos y pasar el día entero sin hacer nada, sólo hablando, riendo, jugando, bebiendo… Sí, señores y señoras, eso es el verano, el momento perfecto para desconectar. Desconectar. Porque si dejas un enchufe puesto durante demasiado tiempo el aparato que se carga dejará de cargarse, y empezará a sobrecargarse, hasta estallar. Efectivamente, habéis sido testigos de una hermosa metáfora que compara a la raza humana con un puto electrodoméstico. Buscad si queréis, pero no encontraréis comparación más fiel.

     En fin. Que todo es una mierda contundente, excepto en verano, donde todo será una mierda, pero no contundente. (Matadme ya, por favor).

     Hace calor, quiero tirarme al mar, mandarlo todo a la mierda y fingir por unos días que soy feliz, pero aún no puedo: no he terminado exámenes. Con lo cual me quedan dos semanas más de sufrimiento, pero lo mejor de todo es que después de estos exámenes no seré aún libre, pues también tengo más exámenes en septiembre (no fáciles, por cierto). Bienvenidos a mi mundo enfermo.

      Muchos pensaréis: “menudo pringado subnormal, lo suspende todo y no tiene casi verano porque tiene que recuperar”. En parte tenéis razón, soy un pobre pringado, puede que subnormal también ¿quién sabe?

     Sin embargo, tengo una muy buena razón para excusar mis continuos fracasos académicos, bueno, realmente tengo dos. La primera es que mi carrera es difícil, muy difícil, y la segunda, mi depresión.

     ¿Entendéis lo que es hacer todo lo posible para ponerte a ti mismo en la mesa, delante de los apuntes, poner todo tu esfuerzo en centrarte en lo que tienes delante y, simplemente, no poder? Así de sencillo y así de complicado. Levantarte derrotado, como un alma en pena, y tumbarte de nuevo en la cama, cansado, mareado, fatigado, aburrido, hundido, inservible, apaleado, asqueado, derrumbado y triste. Profundamente triste.

     Y si escribo hoy esto es simplemente porque tengo ganas de llorar. Llevo todo el santo día con ganas de llorar, pero las hijas de puta de las lágrimas hoy no quieren salir. Es muy incómodo, de veras, querer llorar y no poder. Llorar sienta bien, joder, sienta de puta madre. He conocido pocos placeres en la vida mejores que el llorar desconsoladamente a solas en mi cuarto, con música al máximo en mis orejas y sintiendo el mar salado que me baña toda la cara. 

      Entiendo que muchos creáis que llorar no es agradable, pero estáis muy equivocados. Para personas como yo, que se sienten hundidos cada día, esos cinco, diez o quince minutos que su cuerpo les permite desahogarse de tanta mierda es lo mejor que tienen en la vida. Porque la sensación después de llorar es como, “va, ya lloré, ya me dejé claro a mí mismo que mi vida es una mierda, ahora voy a hacer algo”. Sí, señores, después de llorar te sientes bien, incluso mientras lloras. Cuando te reconoces a tí mismo que no puedes más, que no eres tan fuerte, que de verdad estás sufriendo, y es que algo que me jode mucho es sufrir y no ser consciente de ello. Quizá esté ya acostumbrado, no lo sé, pero el hecho de dejarme llevar por las lágrimas me demuestra que sí, que estoy sufriendo, pero que cuando deje de llorar podré cambiar algo. Porque cuando lloras normalmente lo haces pensando que pasará mucho tiempo antes de que tengas que volver a hacerlo. 
Para mí mucho tiempo a veces son tres días.


Ele

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